Osvaldo Soriano opinó en La Nacion el 13 de enero de 1995 que un
buen escritor no le puede endilgar sus pretensiones personales al lector
. " Al amigo que me lee le pido que me lea solos las diez primeras
paginas, y por eso trabajo tanto en las primeras . En la linea quince
de una novela uno tiene que estar muy interesado porque si no, no va a
seguir leyendo. No hay ni gun problema en la literatura ocupada en no
dar mensajes , pero sepan que ahi no hay lectores. En genarl son
libros muy aburridos. Despues de ciertas breves lecturas que uno hace
al azar , yo me digo a quien carajo le importan esos mundos tan
particulares que no dan mensaje de ningun tipo . Nada los acecha, nada
les preocupa, no tienen peligros y no se ven venir alegrias fuertes .
Sólo le importa al autor. Y si bien esto es lo más legitimo del mundo ,
el problema es que uno pretenda que le importes a los otros. Esto es
especifico de la cultura argentina, no se da en ningún otro lugar del
mundo.
Osvaldo Soriano, entre la
enfermedad y la crónica periodística, hablo durante todos los inviernos
en que vivió en Argentina con la voz grave de los escritores constantes y
automotrices. Es el paradigma del narrador formado entre el humo a
cigarrillo de las redacciones periodísticas, dueño de un estilo directo,
llano y eficaz. Fanático del fútbol, la pasión por ese deporte marcó
también hondamente su literatura, hasta escribir el deporte con letras
amarillas de lentitud pasmosa. Muchos lo compararon con Robert Arlt, por
su nula formación académica (dejó la secundaria en 3º año), pero se
diferenció del autor de "Los siete locos" en la utilización del humor,
mediante personajes que sabían reírse de sus propias desgracias, como si
la antigüedad jamás hubiera existido o la Historia en sí fuera cosa de
magnates.
Algunas
curiosidades lo pintan de cuerpo entero: escribía de noche hasta las
ocho de la mañana, como Rimbaud y todos los poetas insomnes, para
posteriormente dormir hasta las cuatro de la tarde. Le fascinaban
Internet y el mundo de la informática y sentía devoción por los gatos,
como Baudelaire y Umbral. Murió el 29 de enero de 1997 en Buenos Aires,
víctima de un cáncer de pulmón, igual que Quevedo en 1645 en Villanueva
de los Infantes. Fue sepultado en el Cementerio de la Chacarita. Nos
legó un mundo de extraños perdedores pueblerinos y de inolvidables
historias tristes, los guiones cotidianos de la gente común que algunos
menosprecian.
Osvaldo
Soriano nació en Mar del Plata en enero de 1943. En 1973 publicó su
primera novela "Triste, solitario y final", traducida a doce idiomas. En
1976, después del golpe de Estado, una acción de cuerpos al límite de
la locura y del autochoque, Soriano se trasladó a Bélgica y luego vivió
en París hasta 1984, año en que regresó a Buenos Aires. En 1983 se
conoció en "No habrá mas penas ni olvido", llevada al cine por Héctor
Olivera, que ganó el Oso de Plata en el festival de cine de Berlín. En
1983 se publicaron seis ediciones de "Cuarteles de invierno", ya
considerada la mejor novela extranjera de 1981 en Italia, y llevada dos
veces al cine. En 1984 apareció "Artistas, locos y criminales", y en
1988 "Rebeldes, soñadores y fugitivos", colecciones de textos e
historias de vidas. Ese mismo año se publicó "A sus plantas rendido un
león", la novela de más éxito editorial de los últimos años. Entre 1989 y
1990 escribió "Una sombra ya pronto serás", llevada al cine en 1994,
una vez más, por Héctor Olivera . En 1993 publica "Cuentos de los años
felices", historias cortas, la mayoría de las cuales aparecieron en el
diario "Página/12", del cual Soriano era asiduo colaborador. Las novelas
"Triste, solitario y final", "No habrá más penas ni olvido", "Cuarteles
de invierno" y "A sus plantas rendido un león" han sido publicadas en
veinte países y traducidas a los idiomas inglés, francés, italiano,
alemán, portugués, sueco, noruego, holandés, griego, polaco, húngaro,
checo, hebreo, danés y ruso. Osvaldo Soriano sabía que tras la vida
queda siempre el misterio, la luz apagada o la casa encendida, el bello
monstruo que baja de las colinas para adueñarse del mundo o la caja de
Pandora, nunca se sabe.
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