miércoles, 30 de mayo de 2012

Escribir es un Placer, Umberto Eco

 


Umberto Eco (Alessandria, Italia; 5 de enero de 1932) es un escritor y filósofo italiano, experto en semiótica. Escribió, entre otras obras, El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault , La isla del día de antes , Baudolino, La misteriosa llama de la Reina Loana , El cementerio de Praga . Lo que leemos a continuación es una entrevista realizada en el año 2010.

Pablo Gámez*
PAISES BAJOS.- Acudí a verlo a su hotel. Físicamente es una persona de mediana estatura, entrecano, con un rostro algo corriente pero con unos ojos penetrantes. Cuando te observan lo hacen directamente, y cada uno de ellos funciona como el espejo de una sabiduría desbordante. Es amable y todo lo que dice lo ilustra con ejemplos.

Umberto Eco escribió su primera novela, “El nombre de la rosa”, cuando tenía casi cincuenta años. Enseñaba en la Universidad de Bologna, la más antigua de Europa. Sus ensayos eran mundialmente conocidos y estaban traducidos a todas las lenguas importantes. Tenía niños y la pregunta que se hacía era: “¿ y ahora qué?”

“Puedes optar por hacer varias cosas: una de ellas es irte con una bailarina a un hermoso país”, dice Eco. Y agrega sonriendo. “Pero escribir una novela me pareció mucho más interesante. En otras palabras: mi trabajo como escritor de novelas es mi respuesta a una crisis existencial”.

Con esta confesión Umberto Eco inició un apasionante e inusual recorrido por su vida como novelista. Tras una breve visita a los Países Bajos y luego de una amontonada agenda de conferencias y entrevistas, Eco aceptó hablar sobre “Baudolino”, su nueva novela, sobre Berlusconni, Italia y los secretos que aún se esconden detrás de sus libros.

Cuenta que para escribir una novela necesita por lo menos seis años. Así sucedió con “El nombre de la rosa”, “El péndulo de Foucault”, “La isla del día de antes” y “Baudolino”.

Una de sus reglas, dice, es concentrarse en la escritura de un solo libro. “Al menos lo intento, sería lo ideal, pero el problema es que debo atender demasiados compromisos. Imparto seminarios, dirijo investigaciones, asisto a congresos y enloquezco manteniendo en orden mi biblioteca. Le parecerá cómico, pero es cierto. En Milán tengo una mujer y cuarenta mil libros. En mi casa de campo tengo una biblioteca de mano con cerca de diez mil títulos, lo básico que necesitas para poder trabajar cómodamente. En Bologna tengo unos dos mil libros. Pero el problema son los libros en Milán”.

“¿Cómo mantenerlos en cuarenta mil ?”, se pregunta Eco. Hace diez años tuvo la suerte de encontrar un apartamento lo suficientemente grande para guardar todos sus libros en una sola fila, y no en una doble. El problema de la doble fila, explica Eco, es que los libros que se colocan en ella nunca más se vuelven a ver. “Entonces construí pequeñas repisas. Y el arte es mantener el número total de títulos en cuarenta mil. Cada año recibo cerca de 100 nuevos libros. Cada tres meses hago una selección y ahí decido que títulos se quedan y cuáles son los que deben irse a la casa de campo”.

“Sin embargo, me pregunta por mi secreto para escribir novelas, considerando los seminarios que imparto y mis compromisos. Es sencillo: vivo tomando apuntes y espero a las vacaciones de la Navidad, la Pascua y las vacaciones del verano para irme a escribir a mi casa de campo. Tres pausas al año y en ese tiempo la novela debe tomar forma”.

Eco asegura que “escribir es un placer” y piensa que sus libros tienen que provocar el mismo efecto en el lector: “Es similar a impartir un seminario, tienes que dar un excelente performance, caso contrario los estudiantes abandonan el salón. Cada seminario es como una obra de teatro. Tienes que seducir al público, conquistarlo y encantarlo. Pero escribir es un placer, digo, porque todo, absolutamente todo lo conviertes en parte de tu novela. Por eso digo siempre que la mejor novela, el mejor libro, es aquel que se encuentra sin acabar”.

“Hay escritores”, dice, “que necesitan de disciplina y horarios. Por ejemplo el gran escritor italiano Alberto Moravia. Él se despertaba, comía el desayuno y de inmediato empezaba a escribir hasta el mediodía, tuviera o no tuviera inspiración. Luego almorzaba y posteriormente paseaba por la ciudad. Iba a una película, seducía a una mujer y la noche lo sorprendía siempre con sus amigos”.

Pero Eco no hace nada de eso. Tampoco cree en los esquemas ni en los horarios. Sus mejores ideas, dice, las tiene o viajando en el tren o sentado en la taza del baño. Y si dispone de tiempo las desarrolla, caso contrario se limita a escribirlas en una libreta de apuntes. Es cuando asegura que no cree en la inspiración, pero sí en sus caprichos.

“A Jack London siempre lo molestaron por escribir sobre lobos, pero era su pasión; Agatha Christie estaba fascinada con sus misterios y yo lo estoy con mis caprichos y mis textos oscuros. No porque crea en ellos sino porque los considero fascinantes como material para mis novelas. Desde hace 30 años colecciono libros sobre demonología, alquimia y cosas parecidas. No creo en el diablo, pero el diablo es un maravilloso personaje. La manera en que se viste y lo que hace”.

¿Le interesa porque es falso?, le pregunto.

Eco responde que si el diablo existiera no le interesaría. Y agrega que el ocultismo siempre le ha enseñado algo sobre las fantasías del ser humano, sobre sus miedos y contradicciones. “Es realmente como una enfermedad intelectual que tenemos”, agrega.

Inesperadamente se echa a reír con una encantadora espontaneidad. Poco después arroja una nueva confesión: “Se trata de un principio: si debo hacer dos cosas, y una de ellas es más importante que la otra, opto siempre por hacer la menos urgente. Es como un juego. No hago lo que el deber me dicta, sino lo que mi placer me indica. Y al final termino mezclando todo”.

Igual sucede con sus novelas y ensayos. En el período de 1977 a 1981 Eco escribió “El nombre de la rosa” y un libro sobre las estructuras de la traducción. Tiempo después descubrió que estaba trabajando una obsesión de dos formas distintas. Y fue la crítica y sus lectores quienes se lo señalaron.

Durante dos años, cuando escribió “El péndulo de Foucault”, Eco también impartió varios seminarios sobre el pensamiento de Hermes Trimegisto. “Y eso, de alguna forma, también me ayudó con la novela”, dice Eco. Y agrega:

“Si escribes una novela, lo usual es que te documentes y reúnas una gran cantidad de material. Para “El péndulo de Foucault” reuní dos libreros repletos de obras sobre los rosacruces y temas relacionados. Todos los leí y los estudié hasta que los pude plasmar en la novela. Pero si al mismo tiempo te encuentras desarrollando un trabajo académico con similar tema, lo lógico es que utilices la misma información, pero de manera distinta”.

Otro de sus problemas, cuenta Eco, son sus caprichos. Casualmente terminó de escribir “El nombre de la rosa” un cinco de enero, fecha que coincide con el día de su cumpleaños. Desde entonces todo libro que escribe debe salir publicado en esa fecha. “Es como un ritual”, dice riéndose. Y añade: “Para que se dé una idea de cuán lejos y ridículas pueden ser las cosas, “El péndulo de Foucault” lo tuve prácticamente listo en noviembre, pero decidí escribir las últimas páginas en diciembre, para que pudiera estar listo un cinco de enero”.



Baudolino

Umberto Eco ha regresado al medievo casi 20 años después de haber publicado la novela que le dio fama mundial, “El nombre de la rosa”. En Baudolino, Eco apuesta por las peripecias de un picaruelo adoptado en la corte imperial de Federico Barbarroja. Recrea el mundo laico de la época, los enfrentamientos entre imperio y comunidades, la batalla de Legnano y la Tercera Cruzada. La novela se desarrolla en las cercanías de la región de Marengo, donde en 1168 fue fundada la ciudad de Alejandría (región de Piamonte, al norte de Italia, de donde Eco es originario).

Ya en el conservatorio Baudolino aprende a leer y escribir. Gracias a Barbarroja logra conocer a los intelectuales de la época, se mezcla con ellos y viaja por el mundo. Realmente se trata del personaje ideal de Eco: un hombre que domina todos los temas, que ha leído todos los libros y que posee el arte de mentir.

Eco admite también haber quedado muy sorprendido cuando sus lectores encontraron en Baudolino un personaje hermoso. “Lo interesante”, dice Eco, “es que yo nunca describí físicamente a Baudolino. De ello deduzco que Baudolino posee una gran fuerza y una gran personalidad, tal como lo quería”.

En realidad Baudolino es una novela en la que se plantea un complicado juego de verdades y mentiras. Eco admite que escribió la historia de un mentiroso. “Pero al final del libro te das cuenta qué es mentira y qué es verdad. Lo que busco es releer la historia de aquel período de la Edad Media como fruto de las invenciones de Baudolino. Él no miente por maldad. La gente le cree por su imaginación y por el fantástico mundo que describe”, dice.

Y luego: “Sí, lo sé, algunos también me han dicho lo que Ud. señala, que Baudolino tiene algo de tira cómica sobre la Edad Media. Lo veo como un honor, porque muchas tiras cómicas son una forma de poesía y generalmente son las que perduran con los siglos. No se trata de alta o baja cultura. El punto es que tenemos que librarnos totalmente de las categorías fijas: o es una gran mierda o es poesía. El resto no cuenta”.

Eco insiste en que no importa lo lejos que tenga que ir para conseguir lo que desea. “Para “El nombre de la rosa” utilicé un cuadernillo repleto de apuntes y citas sobre iglesias y las estructuras de las abadías. Para “El péndulo de Foucault” pasé noches enteras caminando en París hasta conseguir que la ciudad fuera mía. Eso sucedió antes que los teléfonos celulares estuvieran de moda. Entonces podrá imaginarse la gracia de ver una persona hablando sola por las calles de París: todo lo iba grabando en una pequeña grabadora de bolsillo. Lo que quiero decirle es que tengo la necesidad, siempre, de moverme dentro de mi propia historia”.

Para escribir Baudolino, Eco tuvo que inventar también un lenguaje imaginario, al menos desde un punto de vista formal, ya que el protagonista mezcla el latín académico con el más vulgar de los dialectos paimonteses.

Luego, tras unos breves segundos y una respiración profunda, el semiólogo italiano lanzó el último de sus dardos donde lo deseaba: “La prensa, en general, se ha vuelto histérica”

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