Ante todo, quiero decir que yo no he hecho nunca nada malo. A nadie. No tienen ningún derecho a encerrarme aquí, sean quienes fueren. Y no tienen ningún motivo para hacer lo que presiento que van a hacer.
Creo que no tardarán en entrar, porque hace ya mucho tiempo que se han
marchado. Supongo que estarán excavando en el pozo viejo. He oído que
buscan una entrada. No una entrada normal, por supuesto, sino algo
distinto.
Tengo una idea concreta de lo que pretenden, y estoy asustado.
Quisiera asomarme a las ventanas, pero naturalmente las han clavado con tablas, y no puede ser.
Pero he encendido la lámpara, y he encontrado este cuaderno, así que voy
a contarlo todo. Luego, si tengo suerte, quizá pueda hacerlo llegar a
alguien capaz de ayudarme. O tal vez lo encuentre alguien. En cualquier
caso, es preferible contarlo lo mejor que pueda, a estar sentado aquí
esperando. Esperando a que vengan ellos a cogerme.
Será mejor que empiece por decir mi nombre, que es Willie Osborne, y que
cumplí los doce años en julio pasado. No sé dónde he nacido.
Lo primero que recuerdo es que vivía en la carretera de Roodsford, en lo
que la gente llama la loma de atrás. Es un paraje solitario rodeado de
espeso bosque, y de montañas y colinas a las que nadie sube jamás.
Abuela solía contármelo cuando era más pequeño. Era con quien yo vivía,
porque mis padres habían muerto. Abuela me enseñó a leer y escribir.
Nunca he ido a la escuela.
Abuela sabía toda clase de cosas sobre las montañas y los bosques, y me
contaba algunas historias que eran muy extrañas. Al menos me lo parecían
a mí, cuando era pequeño y vivía solo con ella. Eran historias como las
que vienen en los libros.
Como las historias sobre que ellos se ocultaban en los pantanos, y
estaban ya aquí antes que los colonizadores y los indios, y que había
círculos en los pantanos, y grandes piedras llamadas altares donde ellos
solían ofrecer sacrificios a lo que adoraban.
Abuela decía que esas historias se las había contado su abuela... las de
que se ocultaban ellos en los bosques y los pantanos, porque no podían
soportar la luz del sol, y de que los indios se mantenían alejados de
esos lugares. Ella decía que a veces los indios abandonaban a algún niño
atado a los árboles del bosque como sacrificio, para tenerlos a ellos
contentos y pacíficos.
Los indios lo sabían todo sobre ellos y procuraban que los blancos no
supieran nada ni se fueran a vivir demasiado cerca de las montañas.
Ellos no les molestaban demasiado, pero cuando eran muchos sí. Así que
los indios ponían pretextos para no asentarse, y decían que no habla
bastante caza ni había rastros y que estaba demasiado lejos de la costa.
Abuela me contó que por eso no había muchos lugares colonizados aun hoy.
Sólo unas cuantas granjas aquí y allá. Y me contó que ellos estaban
vivos todavía y que a beces, en algunas noches de primavera y otoño, se
podía ber luz y oír ruidos allá en la cima de las montañas.
Abuela me dijo que yo tenía una tía Lucy y un tío Fred que vivían justo
en mitad de los montes. Y dijo que Papá solía visitarlos antes de
casarse, y que una vez les oyó a ellos tocar un tambor de tronco una
noche, en la víspera de Todos los Santos. Eso fue antes de conocer a
Mamá, y se casaron y ella murió cuando yo nací y él se marchó.
Yo le oía toda clase de historias. Sobre brujas y demonios y hombres
murciélagos que te chupaban la sangre y te atormentaban. Sobre Salem y
Arkham, porque yo nunca he estado en una ciudad y quería que me contara
cómo eran. Sobre un pueblo llamado Insmouth, de casas podridas, donde la
gente ocultaba seres horrendos en los sótanos y los áticos. Y me contó
que cavaban las sepulturas muy hondas en Arkham. Parecía como si toda la
región estuviese llena de fantasmas.
Solía asustarme contándome lo que parecían algunos de esos seres y todo,
pero en cambio nunca quiso decirme cómo eran ellos por mucho que yo le
preguntaba. Decía que no quería que yo andara pensando en esas cosas,
bastante malas, por lo que ella y su familia sabían, casi demasiado para
gente decente y temerosa de Dios. Tuve suerte al no preocuparme por
tales ideas, como una antepasada mía por parte de mi padre, Mehitabel
Osborne, a la que colgaron por bruja en tiempos de Salem.
Así que para mí no fueron más que consejos, hasta el año pasado en que
Abuela murió y el Juez Crubinthorp me metió en el tren, y me fui a vivir
con Tía Lucy y Tío Fred, en los mismos montes de los que tanto me había
hablado Abuela.
Desde luego que estaba yo escitado, y el conductor me dejó conducir todo el camino y me habló de los pueblos y de todo.
Tío Fred me esperaba en la estación. Era un hombre alto y flaco con una
barba larga. Me llevó en una calesa desde el pequeño apeadero -no había
casas ni nada por los alrededores- hasta los bosques.
Hay algo raro en esos bosques. Estaban muy quietos y callados. Me daban
escalofríos el verlos tan oscuros y solitarios. Parecía como si nadie
hubiese gritado o reído jamás en ellos. No podía imaginarme a alguien
hablando, como no fuera en susurros.
Los árboles y todo eran muy viejos, también. No había animales ni
pájaros. El camino era una especie de maleza como no había otra. Pero
Tío Fred iba deprisa; no me habló apenas, y hacía que el viejo caballo
echara el bofe.
No tardamos en adentramos entre los montes, que eran muy altos. Había
bosques en ellos, también, y a beces bajaba algún arroyo, pero no vimos
ninguna casa y allí donde mirábamos estaba oscuro como en el anochecer.
Finalmente llegamos a la granja: era un pequeño lugar, una casa de viejo
armazón y un granero en un claro, con árboles de aspecto sombrío
alrededor. Tía Lucy salió a recibirnos; era una especie de señora
bajita, de mediana edad, que me abrazó y entró mis cosas.
Pero todo esto no tiene nada que ver con lo que yo quiero contar aquí.
No importa que todo este año pasado viviese en la casa con ellos,
comiendo de lo que Tío Fred cultivaba, sin bajar nunca al pueblo. No
había otra granja en seis
kilómetros a la redonda, ni escuela tampoco; así que por las noches Tía Lucy me tomaba la lectura. Nunca he jugado mucho.
Al principio tenía miedo de internarme en el bosque por lo que me había
contado Abuela. Además, diría que Tía Lucy y Tío Fred tenían miedo de
algo, por la manera de cerrar las puertas por la noche y nunca se
internaban en el bosque después de oscurecer, ni aun en verano.
Pero al cabo de un tiempo, me acostumbré a la idea de vivir en el
bosque, y ellos no parecieron tan asustados. Yo hacía tareas para Tío
Fred, naturalmente, pero a beces, las tardes en que él estaba ocupado,
salía a dar una vuelta solo. Sobre todo en el otoño.
Y así fue como oí a uno de los seres. Fue a principios de octubre, y yo
estaba en la cañada que hay junto a la gran peña. Entonces empezó el
ruido. Yo me escondí rápidamente detrás de esa roca.
Escucha, me dije, en el bosque no hay animales. Ni gente. Salvo, quizá,
el viejo Cap Pritchett, el cartero, que sólo viene los jueves por la
tarde.
Así que al oír el ruido, no siendo Tío Fred o Tía Lucy que me llamaban, pensé que era mejor esconderme.
Y sobre ese ruido. Al principio era muy lejano, una especie de goteo.
Sonaba como la sangre al caer en pequeños chorritos en el fondo de un
cubo, cuando Tío Fred colgaba un cerdo sacrificado.
Miré a mi alrededor pero no pude descubrir nada, ni tampoco averiguar la
dirección del ruido. El ruido pareció parar durante un minuto, y todo
era oscuridad y árboles, quietos como la muerte. Luego empezó el ruido
otra vez, más fuerte y más alto.
Sonaba como un montón de gente corriendo o andando todos a la vez, hacia
donde yo estaba. El chasquido de ramitas al quebrarse bajo los pies y
el remover de arbustos se mezclaban con el ruido. Yo me aplasté detrás
de aquella peña y me estuve completamente quieto.
Puedo decir que, fuera lo que fuese, estaba ahora muy cerca, justo en la
cañada. Quiero mirar, pero no puede ser porque el ruido es muy alto y
ruin. Y también hay un olor espantoso como de algún animal muerto y
enterrado que ha sido destapado después al sol.
De repente el ruido se para otra vez y puedo decir que sea lo que sea lo
que lo produce, está muy cerca. Durante un minuto, los bosques están
tremendamente silenciosos. Luego vuelve el ruido.
Es como una voz que no es voz. O sea, no suena como una voz, sino como
un zumbido o gruñido profundo y ronroneante. Pero tiene que ser voz
porque dice palabras.
No palabras que yo puedo entender, pero son palabras. Palabras que hacen
que mantenga la cabeza bajada, temeroso de que me vean, y temeroso
también de ver algo. Permanecí allí sudando y temblando. El hedor me
estaba poniendo enfermo, pero esa voz espantosa, profunda, ronroneante,
era peor. Una y otra vez repetía algo que sonaba a una cosa así como:
«E uh shub nigger ath ngaa ryla neb shoggoth».
No creo que lo haya escrito tal como sonaba, pero lo oí las suficientes
veces como para recordarlo. Aún lo estaba escuchando, cuando el hedor se
hizo tan espantosamente denso que creo que me desmayé, porque cuando
desperté la voz había desaparecido y estaba oscureciendo.
No paré de correr hasta la casa esa tarde, aunque antes fui a ver dónde había estado el que habló... y era un animal.
Ningún ser humano puede dejar huellas en el barro que son como pezuñas
de cabra, todas verdes de limo, con un olor nauseabundo... y no eran
cuatro ni ocho, ¡eran lo menos doscientas!
No se lo dije a Tía Lucy ni a Tío Fred. Pero esa noche, cuando me fui a
la cama, tuve sueños terribles. Estaba de nuevo en la cañada, sólo que
esta vez pude ver a la monstruosidad. Era muy alta y negra como el
betún, sin una forma concreta, salvo un montón de cuerdas negras que
remataban como con pezuñas. O sea, tenía forma, pero cambiante: se
combaba y retorcía en diferentes maneras. Tenía un montón de bocas por
todas partes que se arremolinaban como hojas en las ramas.
Es lo más parecido que se me ocurre. Las bocas eran como hojas y todo el
ser aquél era como un árbol al viento, un árbol negro con montones de
ramas que azotaban el suelo, y un sinfín de raíces que acababan en
pezuñas. Y el limo verdoso que goteaba de sus bocas y se escurría por
las patas era ¡como la savia!
Al día siguiente me acordé de mirar en un libro que Tía Lucy tenía
abajo. Se llamaba mitología. Este libro hablaba de ciertas gentes que
vivían en Inglaterra y en Francia antiguamente y que se llamaban
druidas. Adoraban a los árboles y creían que estaban vivos. A lo mejor
ese ser era como los que ellos adoraban, un llamado espíritu-naturaleza.
Pero si estos druidas vivían al otro lado del océano, ¿cómo podía ser?
Esto me hizo pensar un montón, los dos días siguientes, y os aseguro que
no volví a jugar más en aquellos bosques.
Finalmente me figuré más o menos lo siguiente:
Que esos druidas fueron expulsados de los bosques de Inglaterra y de
Francia y que algunos fueron lo bastante listos como para construir
embarcaciones y cruzar el océano, como se cuenta que hizo el Viejo Leaf
Erikson. Entonces pudieron asentarse en estos bosques de aquí y
ahuyentar a los indios con sus hechizos mágicos.
Sabrían ocultarse en los pantanos, y seguirían celebrando sus cultos
paganos e invocando a estos espíritus de la tierra o de donde quiera que
vengan.
Los indios suelen creer que los dioses blancos vinieron del mar hace
mucho tiempo. ¿Y si eso es ni más ni menos que otra manera de decir cómo
llegaron aquí los druidas? Algunos indios verdaderamente civilizados de
México o Sudamérica -aztecas o incas, supongo- decían que un dios
blanco vino en un barco y les enseñó toda clase de magia. ¿No pudo ser
un druida?
Eso también explicaría las historias de Abuela sobre ellos.
Aquellos druidas que se ocultaban en los pantanos serían los que batían y
golpeaban tambores y encendían fogatas en los montes. Y los llamarían a
ellos espíritus de los árboles o lo que fuera, haciendolos salir de la
tierra. Entonces les harían sacrificios. Estos druidas hacían siempre
sacrificios de sangre, igual que las viejas brujas. ¿Y no decía Abuela
que la gente que vivía demasiado cerca de los montes desaparecía y no se
la volvía a ber?
Nosotros vivíamos en un lugar exactamente así.
Y se acercaba el Día de Difuntos. Abuela siempre decía que ése era un día grande.
Yo empecé a preguntarme, ¿qué pasará ahora?
Me daba tanto miedo que no salía de casa. Tía Lucy me hizo tomar un
tónico; decía que yo estaba chupado. Supongo que lo estaba. Todo lo que
sé es que una tarde en que oí llegar una calesa por el bosque eché a
correr y me escondí debajo de la cama.
Pero sólo era Cap Pritchett con el correo. Tío Fred lo cogió y se puso muy excitado al ver una carta.
Primo Osborne iba a venir a estar con nosotros. Era pariente de Tía Lucy
y tenía vacaciones y quería pasar una semana. Llegaría aquí en el mismo
tren que yo -el único tren que pasaba por esta parte- el 25 de octubre a
mediodía.
Los días siguientes estuvimos todos tan excitados que a mí se me
olvidaron todas las ideas como por encanto. Tío Fred arregló la
habitación de atrás para que Primo Osborne durmiese allí, y yo le ayudé
con la carpintería.
Los días acortaron, y las noches se hicieron frías y con grandes
vientos. Era la madrugada del 25, y Tío Fred se abrigó bien para cruzar
el bosque con la calesa. Quería traer a Primo Osborne a mediodía, y
había diez kilómetros hasta el apeadero. No quiso llevarme, y yo no dije
nada. El bosque estaba lleno de ruidos y crujidos del viento... ruidos
que podían ser debidos a otras cosas, también.
Bueno, se marchó, y Tía Lucy y yo nos quedamos en la casa. Ella guardaba
conservas -ciruelas- para el invierno. Yo sacaba cántaros del pozo.
Creo que tenía que haber dicho antes que teníamos dos pozos Uno nuevo
con una bomba grande y flamante junto a la casa. Y luego otro de piedra
al lado del granero, con una bomba estropeada. Nunca había servido para
nada, decía Tío Fred; ya estaba así cuando compraron el lugar. El agua
estaba llena de limo. Y era curioso, porque aunque no funcionaba la
bomba, a veces parecía que bajaba el nivel. Tío Fred no sabía por qué,
pero algunas mañanas el agua se desbordaba... un agua verdosa, llena de
limo, que olía terriblemente.
No nos acercábamos a él, y yo estuve en el pozo nuevo hasta el mediodía,
cuando empezó a nublarse. Tía Lucy preparó la comida, y empezó a llover
fuerte y los truenos retumbaban en los grandes montes del oeste.
Pensé que Tío Fred y Primo Osborne iban a tener dificultades para llegar
a casa con la tormenta, pero Tía Lucy no se inquietó por eso, me hizo
que la ayudara a guardar las provisiones.
A las cinco empezó a oscurecer, y Tío Fred no había regresado. Entonces
empezamos a preocuparnos. A lo mejor el tren se había retrasado, o le
había pasado algo al caballo o a la calesa.
Las seis y Tío Fred sin venir. Había parado de llover, pero todavía se
podían escuchar los truenos como gruñendo por los montes, y las ramas
mojadas seguían goteando en el bosque, haciendo un ruido como de mujeres
riéndose.
A lo mejor el camino estaba demasiado mal para meterse en él. La calesa
podía atascarse en el barro. Tal vez habían decidido quedarse en el
apeadero a pasar la noche.
Las siete, y fuera estaba oscuro como la boca de un lobo. Ya no se oía
ruido de lluvia. Tía Lucy estaba muy asustada. Dijo que saliéramos a
poner un farol en la cerca junto al camino.
Empezamos a bajar por el sendero, en dirección a la cerca. Estaba oscuro
y el viento había parado. Todo estaba quieto, como en lo más profundo
del bosque. Yo sentía una especie de miedo mientras bajaba por el
sendero con Tía Lucy... era como si hubiese algo en la quieta oscuridad
en algún lugar, esperando para atraparme.
Encendimos el farol y estuvimos mirando hacia el camino y «¿Qué es
eso?», dijo Tía Lucy con un grito muy fuerte. Escuché y ol como un
redoblar a lo lejos.
-El caballo y la calesa -dije. Tía Lucy se reanimó.
-Tienes razón -dijo de repente. Y es, porque lo vemos. El caballo corre
de prisa y la calesa va saltando detrás como loca. No tardamos ni un
segundo en ver que algo ha pasado, porque la calesa no se para junto a
la entrada, sino que sigue hasta el granero con Tía Lucy y yo corriendo
por el barro detrás del caballo. El caballo está lleno de espuma, y
cundo se par no puede estarse quieto. Tía Lucy y yo esperamos que bajen
Tío Fred y Primo Osborne, pero no. Entonces miramos dentro.
No hay nadie dentro de la calesa.
Tía Lucy dice «¡Oh!», dando un grito muy fuerte, y luego se desmaya. Yo tuve que llevarla a casa y meterla en la cama.
Esperé toda la noche junto a la ventana, pero Tío Fred y Primo Osborne no aparecieron. Ya más.
Los días siguientes fueron espantosos. No encontramos nada en la calesa
que indicara qué había pasado, y Tía Lucy no me dejó que emprendiese el
camino hasta el pueblo ni cruzar el bosque hasta el apeadero.
Al día siguiente encontramos el caballo muerto en el granero, y como es
natural nos tocaba ir andando al apeadero o recorrer a pie todos los
kilómetros que hay hasta la granja de Warren. Tía Lucy tenía miedo de ir
y miedo de quedarse, y decidió que cuando viniese Cap Pritchett sería
mejor que nos fuéramos con él al pueblo y presentar la denuncia y luego
quedarnos allí hasta que averigüemos qué ha pasado.
Yo tenía mis propias ideas sobre lo pasado. Ya faltaban pocos días para
el Día de Difuntos, y tal vez ellos habían atrapado a Tío Fred y Primo
Osborne para el sacrificio. Ellos o los druidas. El libro de mitología
decía que los druidas podían hasta desatar tormentas si querían con sus
hechizos.
Aunque no tenía sentido hablar con Tía Lucy. Estaba como trastornada de
angustia, y daba vueltas de un lado para otro y murmuraba una y otra
vez: «Han muerto», y «Fred siempre me lo advirtió», y «es inútil, es
inútil». Tuve que hacer yo las comidas y atenderla a ella. Y por las
noches era difícil dormir, porque estaba atento a ver si se oían
tambores. No llegué a oírlos de todos modos, pero era preferible velar a
dormir y tener esos sueños.
Esos sueños sobre el ser negro que era como un árbol, que andaba por los
bosques y echaba raíces en un determinado lugar para ponerse a rezar
con todas aquellas bocas... a rezar a ese viejo dios de debajo del
suelo.
No sé de dónde saqué la idea de cómo rezaba: pegando sus bocas al suelo.
Tal vez porque vi el limo verde. ¿O es que lo presencié en realidad?
Nunca volví a aquel lugar a mirar. Tal vez no eran más que figuraciones
mías, la historia de los druidas y ellos y la voz que decía «shoggoth» y
todo lo demás.
Pero entonces, ¿dónde estaban Primo Orborne y Tío Fred? ¿Y qué asustó al
caballo para venir de esa manera y morirse al día siguiente?
Los pensamientos me seguían dando vueltas y más vueltas en la cabeza,
cada uno expulsando al otro, pero todo lo que sabía era que no
estaríamos aquí la noche del 31 de octubre, víspera de Todos los Santos.
Porque la noche del 31 de octubre caía en jueves, y Cap Pritchett vendría y podríamos irnos al pueblo con él.
La noche antes hice que Tía Lucy recogiera unas cuantas cosas y lo
dejamos todo preparado, y entonces me eché a dormir. No hubo ruidos, y
por primera vez me sentí un poco mejor.
Sólo que volvieron los sueños. Soñé que un puñado de hombres venían en
la noche y entraban por la ventana de la habitación donde dormía Tía
Lucy y la cogían. La ataban y se la llevaban en silencio, a oscuras,
porque tenían ojos de gato y no necesitaban luz para ver.
El sueño me asustó tanto que me desperté cuando ya despuntaba el día. Bajé corriendo a buscar a Tía Lucy.
Había desaparecido.
La ventana estaba abierta de par en par, como en mi sueño, y había algunas mantas desgarradas.
El suelo estaba duro, fuera de la ventana, y no vi huellas de pies ni nada. Pero había desaparecido.
Creo que grité entonces.
Es difícil recordar lo que hice a continuación. No quise desayunar. Salí
gritando «Tía Lucy» sin esperar ninguna respuesta. Fui al granero y
encontré la puerta abierta, y que las vacas habían desaparecido. Vi una
huella o dos que se dirigían al camino, pero no me pareció prudente
seguirlas.
Poco después fui al pozo y entonces grité otra vez, porque el agua
estaba verdosa de limo en el nuevo, igual que el agua del viejo.
Cuando vi aquello supe que estaba en lo cierto. Debieron de venir ellos
por la noche y ya no trataron de ocultar sus fechorías. Porque estaban
seguros de las cosas.
Esta era la noche del 31 de octubre, víspera de Todos los Santos. Tenía
que marcharme de aquí. Si ellos vigilaban y esperaban, y no podía
confiar en que Cap Pritchett apareciese esta tarde. Tenía que intentar
bajar al camino, así que era mejor que me fuera ahora, por la mañana,
mientras había luz para llegar al pueblo.
Con que me puse a revolver y encontré un poco de dinero en el cajón de
la mesa de Tío Fred y la carta de Primo Osborne, con el remite de
Kingsport, desde donde escribió. Ahí es adonde yo habría ido después de
contar a la gente lo sucedido. Debo tener familia allí.
Me preguntaba si me creerían en el pueblo cuando les contara la forma en
que Tío Fred había desaparecido, y Tía Lucy, y el robo del ganado para
un sacrificio y lo del limo verde en el pozo donde algún animal se había
parado a beber. Me preguntaba si se enterarían de los tambores, y las
fogatas que habría en los montes esta noche y si formarían una partida y
vendrían esta noche para tratar de cogerlos a todos ellos y a lo que se
proponían hacer salir de la tierra. Me preguntaba si sabrían qué era un
«shoggoth».
Bueno, tanto si iban a venir como si no, yo no iba a quedarme a
averiguarlo. Así que hice mi pequeña maleta y me dispuse a marcharme.
Debía ser alrededor de mediodía y todo estaba tranquilo.
Fui a la puerta y salí sin molestarme en cerrarla con llave después.
¿Para qué, si no había nadie en muchos kilómetros a la redonda?
Entonces oí el ruido abajo en el camino.
Era ruido de pasos.
Alguien benía por el camino, exactamente por la curva.
Me quedé quieto un minuto, esperando a ber, esperando para echar a correr.
Entonces apareció.
Era alto y delgado, y se parecía un poco a Tío Fred, sólo que mucho más
joven y sin barba, y vestía una especie de traje elegante como de ciudad
y un sombrero de copa. Sonrió al verme y vino hacia mí como si me
conociera.
-Hola, Willie -dijo.
Yo no dije nada, estaba muy confundido.
-¿No me conoces? -dij. Soy Primo Osborne. Tu primo Frank -me tendió la
mano para estrecharme-. Pero supongo que no te acuerdas de mí, ¿verdad?
La última vez que te vi eras sólo un bebé.
-Pero yo creía que tenias que venir la semana pasada -dije-. Te esperábamos el 25.
-¿No recibisteis mi telegrama? -preguntó-. Tuve que hacer.
Negué con la cabeza.
-Nosotros no recibimos nada, aparte del correo que nos traen los jueves. A lo mejor está en la estación.
Primo Osborne hizo una mueca.
-Estáis bastante lejos del bullicio, desde luego. Este mediodía no había
nadie en la estación. He esperado a Fred para que me recogiera en su
calesa, así no me habría dado la caminata, pero no he tenido suerte.
-¿Has venido a pie todo el trayecto? -pregunté.
-Desde luego.
-¿Y has venido en tren?
Primo Osborne asintió.
-Entonces, ¿dónde está tu maleta?
-La he dejado en el apeadero -me dijo-. Está demasiado lejos para
traerla en la mano. Pensé que Fred me puede llevar en su calesa para
recogerla -notó mi equipaje por primera vez-. Pero, un momento, ¿ adónde
vas con esa maletita, hijo?
Bueno, no me quedaba otro remedio que contarle todo lo que habla sucedido.
Así que le dije que fuéramos a la casa a sentarnos, y se lo explicaría.
Volvimos y él preparó un poco de café y yo hice un par de bocadillos y
comimos, y entonces le conté que Tío Fred había ido al apeadero y no
había vuelto, y lo del caballo, y lo que le ocurrió luego a Tía Lucy. Me
callé lo que me pasó a mí en el bosque, naturalmente, y ni siquiera le
insinué lo de ellos. Pero le dije que estaba asustado y que me disponía a
irme hoy mismo antes de que oscureciese.
Primo Osborne me escuchaba, asentía y no decía nada ni me interrumpía.
-Así que por eso tenemos que irnos de aquí.
Primo Osborne se levantó.
-Puede que tengas razón, Willie -dijo-. Pero no dejes correr demasiado
la imaginación, hijo. Trata de separar los hechos de las fantasías. Tus
tíos han desaparecido. Eso es un hecho. Pero esa otra tontería sobre
unos seres de los bosques que vienen por ti... eso es fantasía. Me
recuerda todas aquellas estupideces que contaban en casa, en Arkham. Y
por alguna razón, me lo recuerdan más en este tiempo, ya que es 31 de
octubre. Porque, cuando me marché...
-Perdona, Primo Osborne -dije-. Pero ¿no vives en Kingsport?
-Pues claro -me contestó-. Pero antes vivía en Arkham, y conozco a la
gente de por aquí. No me extraña que te asusten los bosques y que
imagines cosas. De hecho, admiro tu valentía. Para tus doce años, te has
portado con mucha sensatez.
-Entonces pongámonos en camino -dije-. Son casi las dos, y lo más
prudente es que nos vayamos si queremos llegar al pueblo antes de la
puesta del sol.
-Aún no, hijo -dijo Primo Osborne-. No me iré tranquilo sin echar antes
una ojeada y ver qué podemos averiguar sobre este misterio. Al fin y al
cabo, debes comprender que no podemos marcharnos al pueblo y contarle al
sheriff cualquier disparate sobre extrañas criaturas de los bosques que
vinieron y se llevaron a tus tíos. La gente sensata no cree en esas
cosas. Podrían pensar que estoy mintiendo y se reirían de mí. Podrían
creer que has tenido algo que ver con... bueno, con la desaparición de
tus tíos.
-Por favor -dije-. Vámonos ahora mismo.
Negó con la cabeza.
No dije nada más. Podía haberle dicho un montón de cosas, lo que había
soñado y oído y visto y lo que sabía... pero pensé que no serviría de
nada.
Además, habla cosas que yo no quería decirle ahora que había hablado con él. Me sentía asustado otra vez.
Primero dijo que era de Arkham y luego, cuando le pregunté me dijo que era de Kingsport pero a mí me sonaba a mentira.
Luego dijo algo sobre que yo tenía miedo en los bosques, pero ¿cómo podía saber eso él? Yo no le había contado ese detalle.
Si queréis saber qué es lo que yo pensaba de verdad, pensaba que tal bez no era Primo Osborne.
Y si no era él, entonces ¿quién era?
Me puse de pie y me dirigí al vestíbulo.
-¿Adónde vas, hijo? -preguntó.
-Afuera.
-Iré contigo.
Con toda seguridad, me vigilaba. No iba a perderme de vista. Vino a mí y
me cogió del brazo amistosamente,.. pero yo no podía soltarme. No, se
pegó a mi lado. Sabía que yo me proponía echar a correr.
¿Qué podía hacer? Estaba a solas en la casa del bosque con este hombre, y
de cara a la noche, víspera de Todos los Santos, y ellos aguardando
fuera.
Salimos, y noté que ya empezaba a oscurecer, aun en plena tarde. Las
nubes habían ocultado el sol, y el viento agitaba los árboles de forma
que alargaban las ramas como si trataran de retenerme. Hacían un ruido
susurrante, como si cuchichearan cosas sobre mí, y él levantó la vista
como para mirarlos y escucharlos. A lo mejor comprendía lo que decían. A
lo mejor le estaban dando órdenes.
Luego casi me eché a reír, porque se puso a escuchar algo, y yo lo oí también.
Era un golpear en el camino.
-Cap Pritchett -dije-. Es el cartero. Ahora podremos irnos al pueblo en su calesa.
-Deja que hable con él -dijo--. Y sobre tus tíos, no hay por qué
alarmarle y no vamos a armar escándalo, ¿no te parece? Corre adentro.
-Pero, Primo Osborne -dije-. Tenemos que decir la verdad.
-Pues claro que sí, hijo. Pero eso es cosa de mayores. Ahora corre. Ya te llamaré.
Hablaba con mucha amabilidad y hasta sonrió, pero de todos modos me
llevó a la fuerza hasta el porche y me metió en la casa y cerro con un
portazo. Me quedé en el vestíbulo a oscuras y pude oír a Cap Pritchett y
llamarle, y que él subía a la calesa y hablaba, y luego oí un murmullo
muy bajo. Miré por una raja de la puerta y los vi. Cap Pritchett le
hablaba amistosamente, con humor, y no pasaba nada.
Después, al cabo de un minuto o dos, Cap Pritchett hizo un gesto de
despedida y cogió las riendas, ¡y la calesa se puso en marcha otra vez!
Entonces me di cuenta de lo que tenía que hacer, pasara lo que pasase.
Abrí la puerta y eché a correr, con la maletita y todo, sendero abajo, y
luego por el camino, detrás de la calesa. Primo Osborne trató de
cogerme cuando pasé por su lado, pero lo esquivé y grité:
-¡Espéreme, Cap, quiero irme, lléveme al pueblo!
Cap se detuvo y miró hacia atrás, realmente desconcertado.
-¡Willie! -dijo-. Creía que te habías ido. Él me ha dicho que te habías marchado con Fred y con Lucy.
-No le haga caso -dije-. No quería que me fuera. Lléveme al pueblo.
Tengo que contarle lo que ha pasado. Por favor, Cap, tiene que llevarme.
-Claro que sí, Willie. Sube.
Salté arriba.
Primo Osborne vino en seguida a la calesa.
-Baja ahora mismo -dijo con astucia-. No puedes marcharte así como así. Te lo prohíbo. Estás bajo mi custodia.
-No le escuche -supliqué-. Lléveme, Cap. ¡Por favor!
-Muy bien -dijo Primo Osborne-. Si insistes en no ser razonable, iremos todos. No puedo consentir que te vayas solo.
Sonrió a Cap.
-Como ve. el chico está trastornado -dijo-. Espero que no le molesten
sus desvaríos. El vivir aquí como él... bueno, usted me comprende, no es
el mismo. Se lo explicaré todo camino del pueblo.
Se encogió de hombros e hizo un gesto como de golpearse la cabeza con
los dedos. Luego sonrió otra vez, y se dispuso a subir y tomar asiento
junto a nosotros.
Pero Cap no le correspondió.
-No, usted, no -dijo-. Este chico, Willie, es un buen chico. Yo lo
conozco. A usted no le conozco. Parece que ya me ha explicado bastante,
señor, al decirme que Willie se había ido.
-Pero sólo quería evitar que hablase; escuche, me han llamado como
médico para que atienda al muchacho... está mentalmente desequilibrado.
-¡Maldita sea! -Cap disparó un escupitajo de jugo de tabaco a los pies de Primo Osborne-. Nos vamos.
Primo Osborne dejó de sonreir.
-Entonces insisto en que me lleve con usted -dijo, y trató de subir a la calesa.
Cap se metió la mano en la chaqueta y cuando la sacó otra vez, tenía una enorme pistola en ella.
-¡Baje! -gritó-. Señor, está hablando con el Correo de los Estados
Unidos, y usted no manda en el Gobierno, ¿entiende? Ahora baje, si no
quiere que le esparza los sesos en el camino.
Primo Osborne arrugó el ceño, pero se apartó en seguida de la calesa.
Me miró a mí y encogió los hombros.
-Cometes una gran equivocación, Willie -dijo.
Yo no le miré siquiera. Cap dijo: «Vamos», y salimos al camino. Las
ruedas de la calesa rodaron más y más de prisa, y no tardamos en perder
de vista la casa y Cap se guardó la pistola y me palmeó en el hombro.
-Deja de temblar, Willie -dijo-. Ahora estás a salvo. Nadie te
molestará. Dentro de una hora o así estaremos en el pueblo. Ahora
sosiégate y cuéntale al viejo Cap todo lo que ha pasado.
Se lo conté. Tardé mucho tiempo. Corríamos a través de los bosques, y
antes de que me diera cuenta, casi había oscurecido. El sol se deslizó
furtivamente detrás de los montes. La oscuridad empezaba a invadir los
bosques a ambos lados del camino, y los árboles empezaban a susurrar,
diciéndoles a las sombras que nos siguiesen.
El caballo corría y brincaba y muy pronto oímos otros ruidos a lo lejos.
Podían ser truenos o podían ser otra cosa. Pero lo que era seguro es
que se avecinaba la noche y que era víspera de Todos los Santos.
La carretera cruzaba entre 1os montes ahora, y no beías adónde te iba a
llevar la siguiente curva. Además, oscurecía muy de prisa.
-Sospecho que nos va a caer un chaparrón -dijo Cap, mirando hacia el cielo-. Eso son truenos, creo.
-Tambores -dije yo.
-¿Tambores?
-Por la noche pueden oírse en los montes -dije-. Los he oído todo este mes. Son ellos, se están preparando para el sabbath.
-¿El sabbath? -Cap me miró-. ¿Dónde has oído hablar del sabbath?
Entonces le conté algo más sobre lo que había ocurrido. Le conté todo lo
demás. No dijo nada, y al poco tiempo no pudo haber contestado tampoco
porque los truenos sonaban alrededor nuestro, y la lluvia azotaba la
calesa, la carretera, todo. Ahora había oscurecido completamente, y sólo
podíamos ver cuando surgía algún relámpago. Tenía que gritar para
hacerme oír, contarle a voces los seres que se habían apoderado de Tío
Fred y habían venido por Tía Lucy, los que se habían llevado nuestro
ganado y luego enviaron a Primo Osborne por mí. Le conté a gritos
también lo que había oído en el bosque.
A la luz de los relámpagos pude ber la cara de Cap. Sonreía o arrugaba
el ceño... parecía que me creía. Y noté que había sacado otra vez la
pistola y que sostenía las riendas con una mano a pesar de que corríamos
muy de prisa. El caballo estaba tan asustado que no necesitaba que lo
fustigaran para mantenerse al galope.
La vieja calesa saltaba y daba bandazos y la lluvia silbaba en el viento
y era todo como un sueño espantoso, pero real. Era real cuando le conté
a gritos a Cap Pritchett lo que oí aquella vez en el bosque.
-Shoggoth -grité-. ¿Qué es un shoggoth?
Cap me cogió el brazo, y luego surgió un relámpago y pude ver su cara
con la boca abierta. Pero no me miraba a mí. Miraba el camino y lo que
teníamos delante.
Los árboles se habían como juntado cubriendo la siguiente curva, y en la
oscuridad parecía como si estuviesen vivos... se movían y se inclinaban
y se retorcían para cerrarnos el paso. Surgió un relámpago y pude
verlos con claridad, y también algo más.
Era algo negro que estaba en el camino, algo que no era árbol. Algo
negro y enorme, agachado, esperando con unos brazos como cuerdas
extendiéndose y contorsionándose.
-¡Shoggoth! -gritó Cap. Pero yo apenas le oí porque los truenos
retumbaban ahora y el caballo soltó un relincho y sentí un tirón de la
calesa hacia un lado y el caballo se encabritó y casi caímos sobre
aquello negro. Pude notar un olor espantoso, y Cap apuntó con la pistola
y soltó un disparo casi tan fuerte como el trueno y casi tan ruidoso
como el estampido que se produjo cuando herimos a aquella negra
monstruosidad.
Entonces sucedió todo en un momento. El trueno, la caída del caballo, el
tiro, y nuestro choque al pasar la calesa por encima. Cap debía llevar
las riendas atadas alrededor de su brazo, porque cuando cayó el caballo y
se volcó la calesa salió de cabeza por encima del guardafango y fue a
parar sobre la agitada confusión que era el caballo... y la
monstruosidad negra que lo había atrapado. Yo sentía que salía despedido
hacia la oscuridad, y luego que aterrizaba en el barro y la grava del
camino.
Hubo truenos y gritos y otro ruido que yo había oído antes una vez, en los bosques... un zumbido como de una voz.
Por eso no miré hacia atrás. Por eso ni se me ocurrió pensar en el daño
que me había hecho al caer... me puse de pie y eché a correr por la
carretera lo más de prisa que podía, en medio de la tormenta y la
oscuridad, mientras los árboles se contorsionaban y retorcían y agitaban
sus cabezas y me apuntaban con sus ramas y se reían.
Por encima de los truenos oí el relincho del caballo y oí el alarido de
Cap, también, pero no me volví a mirar. Los relámpagos se sucedían a
intervalos, y yo corría entre los árboles ahora porque el camino no era
más que un cenegal que me sujetaba y me sorbía las piernas. Al cabo de
un rato comencé a gritar yo también, pero no podía ni oírme yo mismo
debido a los truenos. Y más que truenos. Oía tambores.
De repente, salí del bosque y llegué a los montes. Corrí hacia arriba y
el rumor de los tambores se hizo más fuerte, y no tardé en ver un poco
medianamente, aunque no ya por los relámpagos. Porque había fogatas
encendidas en el monte; y el percutir de los tambores venía de allí.
Me extravié en el ruido; el viento gemía y los árboles se reían y los
tambores palpitaban. Pero me detuve a tiempo. Me detuve cuando vi con
claridad las fogatas; eran unos fuegos rojos y verdes que ardían aun con
toda la lluvia.
Vi una gran piedra blanca en el centro de un claro que había en lo alto
de una colina. Había fuegos rojos y verdes detrás y a su alrededor, de
modo que todo se recortaba contra las llamas.
Había hombres junto al altar, hombres de largas barbas grises y rostros
arrugados, hombres que echaban al fuego unos polvos que olían
espantosamente mal y hacían las llamas rojas y verdes. Y tenían
cuchillos en las manos, y podía oírles aullar por encima de la tormenta.
De espaldas, acuclillados en el suelo, había más hombres que hacían
sonar los tambores.
Poco después llegó algo más a la loma: dos hombres conduciendo ganado.
Podría asegurar que eran nuestras vacas lo que conducían y las llevaron
derecho al altar y luego los hombres de los cuchillos las degollaron
como sacrificio.
Todo esto lo pude ver por los relámpagos y las llamas de las hogueras, y
yo me agazapé en el suelo de modo que no me pudieran descubrir.
Pero en seguida dejé de ver bien, debido a la forma de echar polvos en
el fuego. Se levantó un humo muy espeso Cuando este humo se lebantó los
hombres empezaron a cantar y a rezar más alto.
Yo no podía oír las palabras, pero sonaba como lo que escuché en los
bosques la otra vez. No podía ver muy bien, pero sabía lo que iba a
pasar. Dos hombres que habían conducido el ganado bajaron por el otro
lado de la loma y cuando volvieron a subir traían nuevas víctimas para
el sacrificio. El humo no me dejaba ver bien, pero las víctimas tenían
dos piernas, no cuatro patas. Tal vez hubiera podido ver mejor en ese
momento, pero me tapé la cara cuando las arrastraron ante el altar
blanco y lebantaron los cuchillos y el fuego y el humo se avivaron de
pronto y los tambores resonaron y cantaron todos y llamaron en voz muy
alta a alguien que aguardaba en el otro lado de la loma.
El suelo empezó a estremecerse. Creció la tormenta y redoblaron los
relámpagos y los truenos y el fuego y e1 humo y los cánticos y yo estaba
medio muerto de miedo, pero una cosa podría jurar: que el suelo empezó a
estremecerse. Se sacudió y tembló, y ellos llamaron a alguien y ese
alguien acudió como al cabo de un minuto.
Acudió arrastrándose cuesta arriba hasta el altar y el sacrificio, y era
negro como aquella monstruosidad de mis sueños, como aquella cosa negra
con cuerdas y en forma de árbol y con una gelatina verdosa de los
bosques. Y subió con sus pezuñas y bocas y brazos serpeantes. Y los
hombres se inclinaron y retrocedieron y entonces aquello se acercó al
altar donde había algo que se retorcía encima, que se retorcía y
chillaba.
La monstruosidad negra se inclinó sobre el altar y entonces oí un
zumbido por encima de los gritos al agacharse. Sólo miré un minuto, pero
en este tiempo la negra monstruosidad empezó a inflarse y a crecer.
Eso pudo conmigo. Perdí todo sentido de la prudencia. Tenía que correr.
Me lebanté y corrí y corrí y corrí, gritando a voz en cuello sin
importarme que me oyeran.
Seguí corriendo y gritando en medio de los bosques y la tormenta y
huyendo de aquella loma y aquel altar y entonces de repente supe dónde
estaba y que había vuelto aquí a la casa de mis tíos.
Sí, eso es lo que había hecho: correr en circulo y regresar. Pero ya no
podía continuar, no podía seguir soportando la noche y la tormenta. Así
que corrí adentro. Al principio, después de cerrar la puerta me dejé
caer en el suelo, cansado de tanto correr y gritar.
Pero al cabo de un rato me levanté y busqué clavos y un martillo y unas tablas de Tío Fred que no estuvieran hechas astillas.
Primero clavé la puerta y luego todas las ventanas. Hasta la última.
Creo que estuve trabajando varias horas. Al terminar, la tormenta se
había disipado y todo quedó tranquilo. Lo bastante tranquilo como para
poderme echar en la cama y quedarme dormido.
Me he despertado hace un par de horas. Era de día. He podido ver la luz a
través de las rajas. Por la forma de entrar el sol, he comprendido que
ya es por la tarde. He dormido toda la mañana y no ha venido nadie.
Calculaba que tal vez podía abrir y marcharme a pie al pueblo como había planeado ayer.
Pero calculaba mal.
Antes de ponerme a quitar los clavos, le he oído. Era Primo Osborne,
naturalmente. El hombre que dijo que era Primo Osborne quiero decir.
Ha entrado en el cercado gritando: «¡Willie!» Pero yo no he contestado.
Luego ha intentado abrir la puerta y después las ventanas. Le he oído
golpear y maldecir. Eso ha estado mal.
Pero entonces se ha puesto a murmurar, y eso ha sido peor. Porque significaba que no estaba solo.
He echado una ojeada por una raja, pero se habían ido a la parte de
atrás de la casa, así que no he visto quiénes estaban con él.
Creo que da lo mismo, porque si estoy en lo cierto, es mejor no berlos.
Ya es bastante desagradable oírlos.
Oír ese ronco croar, y luego oírle a él hablar y después croar otra vez.
El olor es un olor espantoso, como el limo verde de los bosques y del pozo.
El pozo... han ido al pozo de atrás. Y he oído a Primo Osborne decir
algo así como: «Esperad hasta que oscurezca. Podemos utilizar el pozo si
encontráis la entrada. Buscad la entrada.»
Ahora ya sé lo que significa. El pozo debe de ser una especie de entrada
al lugar que tienen bajo tierra, que es donde esos druidas viven. Y esa
monstruosidad negra.
He estado escribiendo de un tirón y ya la tarde se va yendo. Miro por las rajas y veo que está oscureciendo otra bez.
Ahora es cuando vendrán por mí; cuando oscurezca.
Romperán la puertas y las ventanas y entrarán y me cogerán. Me bajarán
al pozo, me llevarán a los negros lugares donde están los shoggoths.
Debe de haber todo un mundo debajo de los montes, un mundo donde se
ocultan y esperan para salir por más víctimas, por más sacrificios. No
quieren que haya seres humanos por aquí, salvo los que necesitan para
los sacrificios.
Yo vi lo que esa monstruosidad negra hizo en el altar. Sé lo que me va a pasar.
Tal vez echen de menos a Primo Osborne en su casa y envíen a alguien a
averiguar qué le ha pasado. Puede que las gentes del pueblo echen de
menos a Cap Pritchett y vengan a buscarle. Puede que vengan y me
encuentren. Pero si no vienen pronto, será demasiado tarde.
Por eso he escrito esto. Es verdad lo que digo, con la mano sobre el
corazón, cada palabra. Y si alguien encuentra este cuaderno donde yo lo
escondo, que vaya y se asome al pozo. Al pozo viejo, que está detrás.
Que recuerde lo que he dicho de ellos. Que ciegue el pozo y seque las
charcas. No tiene sentido que me busquen... si no estoy aquí.
Quisiera no estar tan asustado. No lo estoy tanto por mí como por otras
gentes; los que pueden venir a vivir por aquí, y les pase lo mismo... o
peor.
Tenéis que creerme. Id a los bosques, si no. Id a la loma. A la loma
donde ellos hicieron los sacrificios. Puede que ya no estén las manchas y
la lluvia haya borrado las huellas. Puede que no encontréis ningún
rastro de fuego. Pero la piedra del altar tiene que estar allí. Y si
está, sabréis la verdad. Debe haber unas manchas redondas y grandes en
esa piedra. Manchas de medio metro de anchas.
No he hablado de ellas. Al final, miré hacia atrás. Vi a la
monstruosidad negra aquella que era un shoggoth. La vi cómo se hinchaba y
crecía. Creo que he dicho ya que podía cambiar de forma, y que se hacía
enorme. Pero no podéis imaginar el tamaño ni la forma y yo no lo quiero
decir.
Lo único que digo es que miréis. Que miréis y veréis lo que se esconde
debajo de la tierra en estos montes, esperando salir para celebrar su
festín y matar a alguien más.
Esperad. Ya vienen. Se está haciendo de noche y puedo oír sus pasos. Y
otros ruidos. Voces. Y otros ruidos. Estan aporreando la puerta. Y estoy
seguro de que deben tener un tronco o tablón para derribarla. Toda la
casa se estremece. Oigo hablar a voces a Primo Osborne, y también ese
zumbido. El olor es espantoso. Me estoy poniendo enfermo, y dentro de un
minuto...
Mirad el altar. Luego comprenderéis qué estoy tratando de decir. Mirad
las grandes manchas redondas, de medio metro de anchas, a cada lado. Es
donde la enorme monstruosidad negra se agarró.
Mirad las marcas, y sabréis lo que vi, lo que me da miedo, lo que espera
para atraparos, a menos que lo sepultéis para siempre bajo tierra.
Marcas negras de medio metro de anchas. Pero no son manchas.
En realidad, son ¡huellas de dedos!
Han derribado la puerta d...
-Robert Bloch
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