Consejos sobre el cuento, Julio Cortazar
Julio Cortázar, escritor argentino (1914-1984, autor de Rayuela
1. El cuento, género poco encasillable
(...)
Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de
conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe
hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a
ese género tan poco encasillable; en segundo lugar, los teóricos y los
críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que
aquellos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de
literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus
cualidades.
2. Ajuste del tema a la forma
(...) Los
cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les
bastará escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para
conmover a su turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquél
que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que los demás lo
ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista
capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en literatura no
bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el
lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es
necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre otras
cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a
seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo
que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con
su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda o más
hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse ese secuestro
momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en
la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se
ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma
visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único,
inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su
sentido más primordial.
(...) Pienso que el tema comporta
necesariamente su forma. Aunque a mí no me gusta hablar de temas;
prefiero hablar de bloques. Repentinamente hay un conjunto, un punto de
partida. Hice muchos de mis cuentos sin saber cómo iban a terminar, de
la misma manera que no sabía lo que había en la popa del barco de Los
premios, y eso vale para todo lo que he escrito.
Es lo que me
interesa más: guardar esa especie de inocencia -una inocencia muy poco
inocente, si usted quiere, porque finalmente soy un veterano de la
escritura- como actitud fundamental frente a lo que va a ser escrito.
No
sé si usted ha hecho la experiencia, pero hay escritores que proyectan
escribir un libro y se lo cuentan a usted en detalle, en un café, todo
está listo, todo planteado: cuando lo escriben, generalmente es un mal
libro.
3. Brevedad
(...) el cuento contemporáneo se propone
como una máquina infalible destinada a cumplir su misión narrativa con
la máxima economía de medios; precisamente, la diferencia entre el
cuento y lo que los franceses llaman nouvelle y los anglosajones long
short story se basa en esa implacable carrera contra el reloj que es un
cuento plenamente logrado.
4. Unidad y esfericidad.
(...)
Para entender el carácter peculiar del cuento se le suele comparar con
la novela, género mucho más popular y sobre el que abundan las
preceptivas. Se señala, por ejemplo, que la novela se desarrolla en el
papel, y por lo tanto en el tiempo de lectura, sin otro límite que el
agotamiento de la materia novelada; por su parte, el cuento parte de la
noción de límite, y en primer término de límite físico, al punto que en
Francia, cuando un cuento excede de las veinte páginas, toma ya el
nombre de nouvelle, género a caballo entre el cuento y la novela
propiamente dicha. En este sentido, la novela y el cuento se dejan
comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la medida en que
en una película es en principio un "orden abierto", novelesco, mientras
que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa,
impuesta en parte por el reducido campo que abarca la cámara y por la
forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación. No sé si
ustedes han oído hablar de su arte a un fotógrafo profesional; a mí
siempre me ha sorprendido el que se exprese tal como podría hacerlo un
cuentista en muchos aspectos. Fotógrafos de la calidad de un
Cartier-Bresson o de un Brassai definen su arte como una aparente
paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole
determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una
explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una
visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la
cámara. Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa
realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de
elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una
síntesis que dé el "clímax" de la obra, en una fotografía o un cuento de
gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el
cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un
acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí
mismos sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector
como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y
la sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o
literaria contenidas en la foto o en el cuento. Un escritor argentino,
muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un
texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos,
mientras que el cuento debe ganar por knockout. Es cierto, en la medida
en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector,
mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde
las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque
el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes
iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están
minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes
cualquier gran cuento que prefieran y analicen su primera página. Me
sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos.
El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene
por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad,
verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario. Y
esto, que así expresado parece una metáfora, expresa sin embargo lo
esencial del método. El tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen
que estar como condensados, sometidos a una alta presión espiritual y
formal para provocar esa "apertura" a que me refería antes.
(...)
Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno de mis relatos
(o intentar la de otros autores, como alguna vez con Poe) he sentido
hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento dependían de esos
valores que dan su carácter específico al poema y también al jazz: la
tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de
parámetros previstos, esa libertad fatal que no admite alteración sin
una pérdida irrestañable. Los cuentos de esta especie se incorporan como
cicatrices indelebles a todo lector que los merezca: son criaturas
vivientes, organismos completos, ciclos cerrados, y respiran.
(...) -¿Cómo se le presenta hoy la idea de un cuento?
-Igual
que hace cuarenta años; en eso no he cambiado ni un ápice. De pronto a
mí me invade eso que yo llamo una "situación", es decir que yo sé que
algo me va a dar un cuento. Hace poco, en julio de este año, vi en
Londres unos pósters de Glenda Jackson -una actriz que amo mucho- y
bruscamente tuve el título de un cuento: "Queremos tanto a Glenda
Jackson". No tenía más que el título y al mismo tiempo el cuento ya
estaba, yo sabía en líneas generales lo que iba a pasar y lo escribí
inmediatamente después. Cuando eso me cae encima y yo sé que voy a
escribir un cuento, tengo hoy, como tenía hace cuarenta años, el mismo
temblor de alegría, como una especie de amor; la idea de que va a nacer
una cosa que yo espero que va a estar bien.
-¿Qué concepto tiene del cuento?
-Muy
severo: alguna vez lo he comparado con una esfera; es algo que tiene un
ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y termina
satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar
fuera de sus límites precisos.
5. El ritmo
(...) Cuando
escribo percibo el ritmo de lo que estoy narrando, pero eso viene dentro
de una pulsión. Cuando siento que ese ritmo cesa y que la frase entra
en un terreno que podríamos llamar prosaico, me cuenta que tomo por un
falsa ruta y me detengo. Sé que he fracasado. Eso se nota sobre todo en
el final de mis cuentos, el final es siempre una frase larga o una
acumulación de frases largas que tienen un ritmo perceptible si se las
lee en voz alta. A mis traductores les exijo que vigilen ese ritmo, que
hallen el equivalente porque sin él, aunque estén las ideas y el
sentido, el cuento se me viene abajo.
6. Intensidad
(...)
Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por
el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, hay
solamente un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque
los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es
interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un
cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe
manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así
podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y
de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la
estructura misma del cuento.
7. Objetivación del tema
(...)
Un verso admirable de Pablo Neruda: "Mis criaturas nacen de un largo
rechazo", me parece la mejor definición de un proceso en el que escribir
es de alguna manera exorcizar, rechazar criaturas invasoras
proyectándolas a una condición que paradójicamente les da existencia
universal a la vez que las sitúa en el otro extremo del puente, donde ya
no está el narrador que ha soltado la burbuja de su pipa de yeso. Quizá
sea exagerado afirmar que todo cuento breve plenamente logrado, y en
especial los cuentos fantásticos, son productos neuróticos, pesadillas o
alucinaciones neutralizadas mediante la objetivación y el traslado a un
medio exterior al terreno neurótico; de todas maneras, en cualquier
cuento breve memorable se percibe esa polarización, como si el autor
hubiera querido desprenderse lo antes posible y de la manera más
absoluta de su criatura, exorcizándola en la única forma en que le era
dado hacerlo: escribiéndola.
8. Temas significativos.
(...)
Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso,
obligadamente, desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un
hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo,
comprometido en mayor o menor grado con la realidad histórica que lo
contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este
escoger un tema no es tan sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras
veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo
empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron
escritos -cómo decirlo- al margen de mi voluntad, por encima o por
debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que una
médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero esto,
que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho
esencial y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o
escogido voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde
nada es definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento.
Antes de que ello ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué
ese tema y no otro? ¿Qué razones mueven consciente o inconscientemente
al cuentista a escoger un determinado tema.
A mí me parece que el
tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no
quiero decir con esto que un tema debe ser extraordinario, fuera de lo
común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una
anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una
cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de
relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una
inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas
que flotaban virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema
es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del
que muchas veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista,
astrónomo de palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más
modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema
atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al
fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que
nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de
relaciones más complejo y más hermoso?
(...) Sin embargo, hay que
aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un mismo tema puede
ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro;
un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará
indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas
absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay
es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto
tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego
entre ciertos cuentos y ciertos lectores.
(...) Y ese hombre que
en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un
gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo sepa
conscientemente- esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de
lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana.
Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol
gigantesco. Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra
memoria.
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