miércoles, 11 de julio de 2012

"Mi vida es parte de lo que escribo" - Isabel Allende




Isabel Allende Llona (Perú, 2 de agosto de 1942) es una escritora chilena, premio nacional de literatura 2010. Ha sido una miembro desde 2004 de la American Academy of Arts and Letters.2
Ha vendido 57 millones de ejemplares y su trabajo ha sido traducido a 35 idiomas. Ha sido considerada como la escritora de lengua española más leída del mundo.3


 

P. "Retrato en sepia" retoma los personajes de "La casa de los espíritus" e "Hija de la fortuna".

R. No es una continuación, se puede leer en forma independiente. Pero retomo algunos personajes. La protagonista de "Retrato en sepia" es la nieta de los protagonistas de "Hija de la fortuna". Y cuando estaba escribiendo el libro, se me ocurrió que también podía tomar algunos personajes de mi primera novela, "La casa de los espíritus". Esa novela transcurre más o menos desde comienzos del siglo XX hasta los años setenta. Entonces pensé que podía unir los tres libros como una trilogía, y este último me sirvió de puente. Releer partes de "La casa de los espíritus" para poder calzarlas fue un proceso interesante. Y además, estaba forzada por lo que había dicho en la primera novela hacía veinte años.

P. La protagonista de "Retrato en sepia" tuvo un trauma que le hizo olvidar los cinco primeros años de su vida. Cuando decide reconstruirla, aparecen estos personajes, que son parte de su pasado.

R. Claro, ella tuvo un trauma, pero no es sólo por eso que recuerda el pasado. Su familia se encargó de borrar todo lo que tuviera que ver con el pasado. Esto fue saliendo a medida que fui escribiendo, no fue un esfuerzo conciente. Sin embargo, cuando terminé la novela, una periodista me recordó que algo muy similar había ocurrido en mi propia vida.
Cuando yo tenía cuatro o cinco años, mis padres se separaron y mi padre desapareció de mi vida. Mi madre y mi familia se encargaron de borrar su nombre, romper las fotografías y sacar de mi vida cualquier cosa que pudiera recordarlo. Y yo crecí con esa especie de hoyo en la memoria. Eso es más o menos lo que le pasa a la protagonista, pero también se podría extender un poco más la idea y decir que es una metáfora de lo que pasó en Chile y en tantas partes, donde después del trauma de un golpe militar, la sociedad, la censura y la represión se encargaron de borrar el pasado, de cambiarlo, de usar eufemismos, y así quedó un hoyo en la memoria colectiva.

P. Usted no hace una diferencia tajante entre su literatura y su vida.

R. - Uno siempre escribe sobre lo que le importa, y mi vida es parte de lo que escribo. ¿Por qué escribir una novela sobre California, si no es porque vivo allí? Vengo de Chile, como la protagonista de "Hija de la fortuna", y termino en California. ¿Siguiendo qué? Un amor. Ella no se había movilizado por el oro, sino por un amor. Y eso es un poco lo que me pasó a mí. Cada uno de mis libros responde a un momento de mi vida, en que he tratado de aclarar la confusión de ese momento. "La casa de los espíritus" es sin duda una novela muy nostálgica en la que trato de recuperar el mundo que había perdido al irme al exilio. "El plan infinito" es la historia de mi marido. En realidad me casé con él para quitarle la historia, y ahora ya estoy clavada con un marido.

P. - Escribió "La casa de los espíritus" en 1981, cuando ya estaba en el exilio.

R. - Vivía en Venezuela. Me fui de Chile a principios de 1975. Llegamos con visa de turista, sin dinero, sin conexiones. Pero nos fuimos arreglando y vivimos allí trece años. Hice toda clase de pequeños trabajos hasta 1978, cuando conseguí entrar como administradora en un colegio. Ese fue el trabajo seguro que tuve en Venezuela. El 8 de enero de 1981 supimos que mi abuelo se estaba muriendo en Chile. Comencé esa misma noche a escribirle una carta, aunque sabía que iba a morir antes de recibirla. Y efectivamente, murió unos días más tarde. Pero seguí escribiendo todas las noches, en la cocina del departamento en que vivíamos. Así fue saliendo la novela, que se me escapó de las manos, porque al principio fue una carta, después una especie de crónica familiar y después ya no sabía qué era. A fin de año me encontré con quinientas páginas con manchas de café, de sopa, de mantequilla.

P. - Sé que no pudo publicarla hasta que apareció en escena la agente Carmen Ballcels, que también representa a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y otros autores del "boom".

R. - Le envié la novela a Barcelona, y a los seis meses ya se publicaba en Europa. Carmen lanzó muy bien la carrera de muchos escritores, pero también es cierto que había una necesidad en el mercado literario, por llamarlo así. España había vivido cuarenta años bajo la dictadura de Franco, con una censura tremenda. Y ella encontró a estos estupendos autores latinoamericanos y se creó ese movimiento extraordinario que fue el "boom". Yo tuve la suerte de venir después, cuando ya el camino estaba pavimentado. Mi trabajo fue mucho más fácil, no tuve que conquistar a nadie.

P. - Se dice que parte del éxito de los escritores latinoamericanos se debió al realismo mágico, que en Europa atrajo tanto.

R. - Yo tengo nueve libros publicados y hay realismo mágico en tres de ellos. Pero la gente sigue relacionándome con el realismo mágico, no sé por qué.

P. - ¿Pesó en su vida el hecho de llamarse Allende?

R. - No sé si pesó, pero tuvo importancia. Fue un poco como un título de nobleza. De esto no me di cuenta hasta que salí de Chile y vi que la figura de Salvador Allende tenía una dimensión internacional. Era un apellido que tenía muchos ecos de muchas clases. Pienso que el interés que suscitó "La casa de los espíritus" tuvo que ver con el apellido, pero nueve libros más tarde ya no es el apellido lo que llama la atención. En 1982, cuando apareció la novela, todo lo que había sucedido en Chile estaba muy vigente. Había mucho interés, estábamos en uno de los momentos más atroces de la dictadura.
P. - En el final de "La casa de los espíritus" la protagonista habla del perdón y la reconciliación. Eso cayó muy mal en su momento.

R. - Era un momento muy difícil en la historia de Chile. Sin embargo, sigo sosteniendo que la venganza no tiene lugar. Pero la reconciliación no puede llevarse a cabo sin la verdad. La arrogancia y la prepotencia de los militares chilenos no tiene nombre. Es fundamental que salga la verdad y se honre el sufrimiento de la gente. Se han negado las pérdidas, los desaparecidos, los torturados, los asesinados. Cuando Pinochet volvió a Chile yo estaba furiosa. Sin embargo, ahora pienso que es mejor que esté en Chile, humillado, callado, reo y sin impunidad. Creo que es mejor eso a que se lo haya convertido en mártir en Inglaterra. Pinochet no pasará a la historia como el héroe que el imaginó. Pasará la historia como reo.

P. - Cuando usted se fue al exilio, fue en forma definitiva. En Venezuela se divorció, se volvió a casar y se instaló en California.

R. - Cuando pude haber vuelto a Chile, en 1989, después del plebiscito, ya estaba viviendo en los Estados Unidos. Mi hijo también está instalado allá, vive a un minuto de mi casa. Mi lugar es ahí, mis nietos están creciendo ahí.

P. - ¿Su hijo y sus nietos también tienen la enfermedad que tuvo su hija Paula?

R. - Se llama porfiria y se puede vivir toda una vida con eso, cuidándose. Paula se cuidaba, lo que pasó fue un error médico en el hospital. Entró con un medallón que decía que era porfírica, con una lista de los remedios que no le podían dar, y la fregaron. No tiene por qué volver a pasar, yo no puedo vivir pensando que va a volver a pasar. Mi hijo se cuida, y está bien. En el caso de mis nietos, todavía no sabemos. Se les puede hacer un test pasada la pubertad y ahí se podrá saber, pero hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que sean porfíricos.

P. - Recién hablaba de la reconciliación y el perdón. Debe ser muy difícil perdonar ese error médico.

R. - No, no es nada difícil porque estoy segura de que no fue intencional. Esa gente se equivocó. Era el hospital más grande de España, Paula era un número más. Lo que sí me indigna es que durante seis meses me lo ocultaron. No me dijeron que tenía daño cerebral severo y que nunca se iba a recuperar. Me decían que los pacientes de porfiria caían en coma y se recuperaban. Si me hubieran dicho al principio que no tenía ninguna posibilidad de sobreponerse, su marido y yo la hubiéramos desconectado. Le habríamos ahorrado un año de sufrimiento.

P. - Durante ese año comenzó a escribir "Paula".

R. - Fue como una terapia. Yo estaba todo el día sentada en un pasillo del hospital y no podía hacer nada más que escribir. Y pensaba en las cosas que le iba a contar cuando se despertase.

P. - Pero además hay en el libro una indagación sobre su propia vida.

R. - Ese año yo cumplí los cincuenta, y fue el término de mi juventud. Fue el término de la primera etapa de mi vida, de muchas cosas que creía que yo era. Eso se terminó súbitamente. Y empecé una nueva vida gratis, un bono, porque no pensaba vivirla. Ese fue el momento de revisar quién yo era, por qué estaba allí y cuál era mi papel. Creo que me estaba despidiendo; tenía la idea de que cuando Paula muriera yo iba a morir también. Incluso había tomado medidas para eso, con la idea de que el suicidio era una cosa natural. Y estoy contenta de estar viva.

P. - Tres años después escribió "Afrodita". Se podría decir que es un libro por la vida.

R. - Al menos por la gula. Ese fue también un ejercicio de terapia. Cuando terminé "Paula" no pude escribir nada. Ahí sí que me hundí en la depresión. Me duró dos o tres años, hasta que me impuse la tarea de escribir un libro que me sacara de eso. Pero no podía escribir ficción. Entonces pensé en un libro que tuviera humor, sentido del juego, de la sensualidad, para recuperar lo que había perdido. Estaba desconectada de mi cuerpo. Y al hacer la investigación para el libro, leer literatura erótica, hablar de comidas, buscar las especias, cocinar, manipular los alimentos, las frutas, oler, sentir, probar... ahí volví al cuerpo y volvieron las ganas de jugar. Porque en el fondo, ¿qué es la ficción? Es un juego. Yo te digo mira, esto es mentira pero vamos a creerlo.

P. - Llama la atención la cantidad de cosas que usted cuenta de su vida. El contrato prematrimonial que firmó con su marido, el problema de sus hijastros con la droga, un episodio de avance erótico que vivió en su infancia. La mayoría de la gente se cuida más, no se expone tanto.

R. - No me importa. No tengo nada tan grave en mi vida. Si uno cuenta las cosas que le pasan, permite que otras personas que han pasado por experiencias similares las confronten, hablen de ellas. Requiere mucha más fortaleza esconder las cosas que exponerlas, porque al exponerlas se deja de ser vulnerable. Son los secretos los que hacen a una persona vulnerable, no la verdad.

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