jueves, 26 de julio de 2012

Fredric Brown - Una reseña

Fredric Brown (29 de octubre de 1906, Cincinnati11 de marzo de 1972) fue un escritor de ciencia ficción y misterio, más conocido por sus cuentos caracterizados por grandes dosis de humor y finales sorprendentes. Es también conocido por ser uno de los escritores más audaces a la hora de hacer experimentaciones narrativas en ficción de género. Aunque no fue un escritor especialmente popular en vida, la obra de Brown ha generado un considerable culto que continúa medio siglo después de que realizara su último escrito. Sus obras se reimprimen periódicamente y tiene varias páginas de fans en Internet tanto en EE. UU. como en Europa, en donde se han hecho varias adaptaciones de sus escritos.
Su primer relato de ciencia ficción fue Aún no es el fin (Not yet the end) publicado en 1941 en una edición de verano de Captain Future. Muchas de las historias de Fredric Brown son cuentos ultracortos de 1 a 3 páginas, con argumentos ingeniosos y finales sorprendentes.
Probablemente su cuento más famoso es Arena (1941) por haber sido adaptado en un episodio de Star Trek.
Este humor y una perspectiva algo posmoderna fueron también trasladados a sus novelas. Por ejemplo su nóvela de ciencia ficción Universo de locos (What Mad Universe) (1941) juega con las convenciones del género al enviar a su protagonista (un escritor de ciencia ficción) a un universo paralelo que está basado, no en sus novelas, sino en la imagen de las mismas de un consumidor ingenuo de este tipo de historias. De un modo similar su novela ¡Marciano, vete a casa! (Martians, Go Home!) (1955) muestra como la vida de un escritor de ciencia ficción se ve afectada por una rocambolesca invasión marciana.

Las historias de misterio de Brown están bien dentro de los estándares de la literatura pulp. En 1947 publica su primera novela policíaca, The Fabulois Clipjoint, (La trampa fabulosa, también conocida como El fabuloso cabaret). Ésta será la novela favorita del autor y por la cual ganó en 1948 el Premio Edgar Allan Poe a la mejor obra de narrativa criminal. Otra novela suya,La noche a través del espejo (Night of the Jabberwock), es una extraña y a veces hilarante, pero en última instancia satisfactoria, narración de un día extraordinario en la vida de un redactor de una pequeña ciudad.


Fredric Brown era un escritor de ciencia ficción con una imaginación portentosa. Autor de títulos clásicos como “Marciano, vete a casa” o “Universo de locos”. También cultivó el género policíaco, con títulos como “La noche a través del espejo”, “La trampa fabulosa” o “La bestia dormida”, por poner sólo unos ejemplos. Pero yo prefiero los relatos, siempre imaginativos, sorprendentes, con un tono burlón muy apropiado para el fin que persigue en ellos: retorcer el punto de vista del lector.

La última selección de relatos que realizó él mismo, se tituló “Paradoja perdida”. Un libro que editó en España “Martínez Roca” y al que guardo un afecto especial. En él hay un prólogo escrito por Elizabeth Brown, su segunda mujer. Es muy breve, apenas un par de páginas, pero lo he leído una y otra vez porque me parece magistral el modo en que describe la rutina y las manías del escritor.

Comienza con una frase que ya daría para llenar muchas páginas: Fred odiaba escribir. Pero adoraba haber escrito.


Habla de cómo postergaba el momento de sentarse a trabajar haciendo cualquier otra cosa. O de sus viajes en autobús de línea, por la noche, buscando la concentración necesaria para solucionar un argumento.
Elizabeth nos confiesa incluso que ella misma no es una apasionada del género de la ciencia ficción, porque la mayoría de las obras de este género le parecen excesivamente técnicas. Pero no ocurre así con las obras de Fredric Brown, que suelen ser muy amenas.

Y uno de los episodios que más me gusta de este prólogo es el de la gorra roja, así que lo transcribo literalmente:

Fred caminaba de una habitación a otra cuando urdía el argumento. Puesto que los dos estábamos en casa buena parte del tiempo, tuvimos el problema de que yo le hablaba mientras caminaba, y así interrumpía el hilo de sus pensamientos. No le gustaba. Después de probar varias soluciones que no dieron resultado, le aconsejé que se pusiera su gorra de algodón rojo cuando no quería ser molestado. Poco después, le miraba automáticamente la cabeza antes de abrir la boca.

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